

En la parte oriental del Imperio Romano se desarrollaba un cristianismo de otro tipo: contemplativo, de oración y meditación, dirigido a la trasformación interior del hombre. Aquí también los templos han tomado otras formas. Ante todo, en la planta del templo cristiano oriental encontramos la cruz griega, de brazos iguales; gracias a ella, el espacio del templo es estático, centrado, congregado bajo la cúpula, la cual, como un manto, abarca a los que están orando. Lo principal aquí no es la dinámica del movimiento, sino la paz de la contemplación, el recogimiento interior y la percepción de la presencia divina. La basílica se transforma aquí en un templo de cruz-cúpula. Esta forma, elaborada en Bizancio, fue asimilada por Rusia, donde ha encontrado una larga difusión.


La basílica cristiana, como el Templo de Jerusalén, tiene una estructura triple: el presbiterio (llamado santuario en la tradición ortodoxa) en la parte oriental, la nave en la parte central, y el atrio en la parte occidental. El presbiterio-santuario recuerda el Santo de los Santos del Antiguo Testamento: sólo los sacerdotes pueden entrar en él durante la celebración. En la tradición ortodoxa, el santuario está separado de la nave con una tienda, que también guarda analogías con el Templo
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