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26 Un hermano preguntó a otro anciano: «¿Qué debo hacer?». Y le dijo el anciano: «Debemos llorar siempre». Sucedió que murió un anciano y volvió en sí después de varias horas. Y le preguntamos: «Padre ¿qué has visto allí?». Y él nos contó llorando: «Oí una lúgubre voz que repetía sin cesar: "¡Ay de mi, ay de mí!". Eso es lo que nosotros debemos decir siempre».
27 Un hermano preguntó a un anciano: «¿Por qué mi alma desea las lágrimas como aquellas que he oído decir derramaban los Padres antiguos, y no vienen y eso turba mi alma?». Y el anciano respondió: «Los hijos de Israel tardaron cuarenta años en entrar en la tierra de promisión. Las lágrimas son como una tierra de promisión: si llegas a ellas ya no temerás la lucha. Por eso Dios quiso afligir al alma, para que siempre desee entrar en aquella tierra».
27 Un hermano preguntó a un anciano: «¿Por qué mi alma desea las lágrimas como aquellas que he oído decir derramaban los Padres antiguos, y no vienen y eso turba mi alma?». Y el anciano respondió: «Los hijos de Israel tardaron cuarenta años en entrar en la tierra de promisión. Las lágrimas son como una tierra de promisión: si llegas a ellas ya no temerás la lucha. Por eso Dios quiso afligir al alma, para que siempre desee entrar en aquella tierra».
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